jueves, 6 de marzo de 2014

Un saludo para todos y todas, esperamos que os guste



Tu perfecto desorden

Te tropiezas con un balón de espuma y encuentras un muñeco bajo el 
sofá. Giras el grifo del lavabo y descubres que anida un pato de goma. 
Abres la sandwichera y ahí están, achicharrados, tres cromos del 
Osasuna.

A veces maldigo este caos de casa tumultuosa con niños. Pero sé que 
algún día maldeciré todo el orden a solas que vendrá después.

Vuestros libros ordenados, pero sin ser abiertos. Vuestras camas 
hechas, pero frías. Los platos pulcramente recogidos en la alacena, 
pero sin nadie con quien comer.

Tener hijos y salir a la calle es como llegar a la ceremonia de los 
Oscar de sobrado con dos estatuillas bajo el brazo, una hora antes de 
que empiece la entrega de premios: sabes que te los has ganado seguro.

Tener hijos es pisar la acera a las ocho y media con toda la gimnasia 
hecha: los abdominales del estrés, las flexiones del 'no se puede', el 
pilates del 'haz lo que debes', el yoga del 'aprovecha el tiempo', los 
lumbares de la desobediencia y de la sinrazón. En tan solo media hora, 
mientras te aseas. Así que cuando sales al mundo adulto ya no te 
acojona nada y todo te preocupa lo justo.

Para convención popular, la que montas un domingo lluvioso en casa con 
los amigos de tus hijos.

Para dimisión irrevocable, la que te presentan cada día que les pones 
verduras.

Para exclusiva, la de que el pequeño tiene otra novia y no hace declaraciones.

Para 'share', la audiencia que os da mamá durante le cena, siempre con 
un cuento delante.

Para traición, la mía, que nunca estoy; la vuestra, que habéis 
preferido la Play a las chapas.

Para problemas laborales, los que me da esa ortografía en huelga y sin 
servicios mínimos.

Para inflación, la de los besos de Martín, que cada vez los vende más caros.

Para crisis, la que acontece cuando se acaba el verano.

Me lo enseñó una tarde mi abuela, que lo llevaba escrito en un 
marcapáginas y leía una novela de Capote, eso de que los legados más 
importantes que los padres y las madres pueden dejarles a sus hijos 
son dos: uno son las raíces; el otro, las alas.

Algún día regresaré a casa tarde a causa del trabajo (o de la falta 
del mismo). Abriré la puerta del salón y todo estará en orden. Será 
que habéis volado, vaya. Entonces echaré en falta la felicidad que era 
este perfecto desorden.

Pedro Simón

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